Leyenda del Callejón del
Beso
Parte del encanto de la ciudad de Guanajuato, son sus
múltiples callejones; hay en el centro de la ciudad uno en particular, corto y
estrecho, que se encuentra entre dos casas cuyos balcones frontales están
separados por apenas unos cuantos centímetros, dicho callejón es conocido como
el “Callejón del Beso”.

El callejón adquiere su nombre de la tragedia de dos enamorados, historia en la que el paso del tiempo ha dado ambigüedad a los nombres y datos de los protagonistas, perdurando únicamente la desventura de una joven pareja y el lugar de los hechos, ocurridos probablemente cuando la minería mantenía a la ciudad en todo en su esplendor.
Ana, bella hija única de un hombre con grandes aspiraciones, tiene un encuentro casual con Carlos, un joven sencillo de bajos recursos que posiblemente se dedicaba a la minería; no hizo falta más que un cruce de miradas para que ambos sintieran inmediatamente atracción, provocando que los días siguientes Carlos desviara su camino para pasar bajo el balcón de la dama quien se asomaba sólo para intercambiar sonrisas.
No pasó mucho tiempo hasta que Carlos por fin se atrevió a saludarla, y a partir de ese día, entre cortejos y pláticas, los jóvenes cayeron enamorados. La felicidad que les provocaban sus encuentros se empañó el día que el padre de Ana desaprobó terminantemente la relación, prohibiéndoles seguir teniendo contacto alguno y amenazando a su hija con recluirla en un convento si desobedecía.

El callejón adquiere su nombre de la tragedia de dos enamorados, historia en la que el paso del tiempo ha dado ambigüedad a los nombres y datos de los protagonistas, perdurando únicamente la desventura de una joven pareja y el lugar de los hechos, ocurridos probablemente cuando la minería mantenía a la ciudad en todo en su esplendor.
Ana, bella hija única de un hombre con grandes aspiraciones, tiene un encuentro casual con Carlos, un joven sencillo de bajos recursos que posiblemente se dedicaba a la minería; no hizo falta más que un cruce de miradas para que ambos sintieran inmediatamente atracción, provocando que los días siguientes Carlos desviara su camino para pasar bajo el balcón de la dama quien se asomaba sólo para intercambiar sonrisas.
No pasó mucho tiempo hasta que Carlos por fin se atrevió a saludarla, y a partir de ese día, entre cortejos y pláticas, los jóvenes cayeron enamorados. La felicidad que les provocaban sus encuentros se empañó el día que el padre de Ana desaprobó terminantemente la relación, prohibiéndoles seguir teniendo contacto alguno y amenazando a su hija con recluirla en un convento si desobedecía.

Ambos jóvenes se negaron a renunciar a sus encuentros,
por lo que Carlos, con muchos sacrificios consiguió alquilar, en la casa que
estaba frente a la de Ana, la habitación cuyo postigo se encontraba justo a la
altura del balcón de su amada. Protegidos por la dama de compañía de la joven,
Ana y Carlos mantenían citas a escondidas desde esos balcones e ideaban planes
que les permitieran estar juntos a costa de su padre, quien había decidido
casarla con un potentado conocido suyo.
El padre sospechaba de los encuentros que mantenía su hija con Carlos, por lo que una noche acudió a la habitación de Ana, sorprendiéndolos en una de sus citas; cegado por la ira tomó su daga y sin que la dama de compañía pudiera detenerlo, la hundió en el pecho de su hija. El cuerpo de Ana se desvaneció inerte mientras Carlos la sujetaba delicadamente de la mano sobre la que plasmó un tierno beso, suceso que dio lugar a que a ese callejón se le conozca como el Callejón del Beso.
El dolor de Carlos por la pérdida de Ana fue insoportable, llevándolo a tomar la decisión de quitarse la vida arrojándose al tiro principal de una mina.
La leyenda advierte a las parejas que pasan por el mencionado de callejón, que deben besarse al subir el tercer escalón y recibirán siete años de buena suerte, de lo contrario caerá sobre ellos la maldición del infortunio de aquellos enamorados durante siete años.
El padre sospechaba de los encuentros que mantenía su hija con Carlos, por lo que una noche acudió a la habitación de Ana, sorprendiéndolos en una de sus citas; cegado por la ira tomó su daga y sin que la dama de compañía pudiera detenerlo, la hundió en el pecho de su hija. El cuerpo de Ana se desvaneció inerte mientras Carlos la sujetaba delicadamente de la mano sobre la que plasmó un tierno beso, suceso que dio lugar a que a ese callejón se le conozca como el Callejón del Beso.
El dolor de Carlos por la pérdida de Ana fue insoportable, llevándolo a tomar la decisión de quitarse la vida arrojándose al tiro principal de una mina.
La leyenda advierte a las parejas que pasan por el mencionado de callejón, que deben besarse al subir el tercer escalón y recibirán siete años de buena suerte, de lo contrario caerá sobre ellos la maldición del infortunio de aquellos enamorados durante siete años.
La Bufa y el pastor
De entre los cerros y montañas que rodean a la ciudad
de Guanajuato, destacan los picachos en el cerro de la Bufa, lugar con rocas
salientes cuyas formas incitan a la imaginación. 
Es una zona con tintes de misticismo, de la que se cuentan varias historias, una de las más conocidas es la leyenda sobre una princesa encantada y un pastor que intento romper el hechizo.

Es una zona con tintes de misticismo, de la que se cuentan varias historias, una de las más conocidas es la leyenda sobre una princesa encantada y un pastor que intento romper el hechizo.
La
leyenda de la Bufa y el Pastor
La riqueza de la ciudad, originada por la actividad minera surgida en la colonia, fue de las más grandiosas del país, gracias a la cantidad de plata extraída del subsuelo. Fue una época de gran auge que permitió el desarrollo y esplendor en Guanajuato durante casi dos siglos. De ahí que se tenga la creencia de que aun existe oculta una ciudad con tales riquezas y que hay que romper algún tipo de hechizo para que ésta salga a la luz.
La riqueza de la ciudad, originada por la actividad minera surgida en la colonia, fue de las más grandiosas del país, gracias a la cantidad de plata extraída del subsuelo. Fue una época de gran auge que permitió el desarrollo y esplendor en Guanajuato durante casi dos siglos. De ahí que se tenga la creencia de que aun existe oculta una ciudad con tales riquezas y que hay que romper algún tipo de hechizo para que ésta salga a la luz.
Se dice también que la cueva consagrada a San Ignacio
de Loyola, ubicada en el cerro de La Bufa, se abre al medio día de cada jueves
festivo, como el Jueves Santo o El Jueves de Corpus Christi, y se aparece una
princesa encantada capaz de regresar a la ciudad su mencionado esplendor, pero
para ello necesita que un hombre le ayude primero a romper primero el embrujo
bajo el que ella se encuentra.
Sucedió entonces que en cierto día, un joven pastor que acostumbraba llevar a su rebaño al mencionado cerro, escuchó una dulce vos detrás de las rocas y, aunque en un principio no le dio importancia pues ya había escuchado hablar a otros pastores sobre extrañas voces que se escuchaban en ese lugar sin otra explicación, más que la del viento silbando entre las rocas, la voz se hizo cada vez más clara e insistente por lo que el pastor rodeó la roca, encontrando detrás de ella una hermosa joven que clamaba ayuda.
Sucedió entonces que en cierto día, un joven pastor que acostumbraba llevar a su rebaño al mencionado cerro, escuchó una dulce vos detrás de las rocas y, aunque en un principio no le dio importancia pues ya había escuchado hablar a otros pastores sobre extrañas voces que se escuchaban en ese lugar sin otra explicación, más que la del viento silbando entre las rocas, la voz se hizo cada vez más clara e insistente por lo que el pastor rodeó la roca, encontrando detrás de ella una hermosa joven que clamaba ayuda.
La bella mujer dijo ser una princesa a quien un brujo
había hechizado y le suplico ayuda, pidiéndole que la llevara en brazos hasta
la parroquia, conocida hoy como Basílica Colegiata de Nuestra Señor de
Guanajuato, de esta manera el embrujo desaparecería, ella recobraría su forma
humana, la ciudad se desencantaría dejando ver todas sus riquezas y a cambio,
el pastor podría quedarse con una parte de esas fortunas y el privilegio de desposar
a la princesa.
El joven cedió ante la hermosura de la princesa y
acepto ayudarla, sin embargo tendría que hacerlo bajo ciertas condiciones: en
el transcurso del camino no debía voltear su vista hacia atrás bajo ninguna
circunstancia, dejando pasar por desapercibida toda voz amenazante que pudiera
escuchar, y tendría que llegar a la parroquia antes de que la cueva de ese
cerro, que se abría solo en determinados días, se cerrara.
El pastor, armándose de valentía, tomó a la joven en
sus brazos e inició su travesía. Con apenas unos pasos transcurridos comenzó a
escuchar amenazantes voces a sus espaldas que cada vez se volvían más
infernales, a la vez que se agotaban por el esfuerzo de bajar las pendientes
sin soltar a la mujer; sin embargo la promesa de la princesa lo animaba a
continuar.
Después de un gran tramo recorrido, las estridentes
voces le provocaron angustia y al sentir un extraño peso sobre su espalda
volteo sin pensarlo, al instante la bella princesa se transformó en una
serpiente mientras el pastor quedó petrificado. Se dice que ambos permanecen en
la cima de aquel cerro, el joven convertido en un enorme peñasco conocido como
“El Pastor” y la princesa en la gigante roca sobresaliente conocida como “La
Bufa”.
La leyenda continua, la princesa sigue apareciéndose
en espera de un joven valeroso y atrevido que logre darle fin a su hechizo y al
de la ciudad encantada.
Leyenda del truco
Un truco es una trampilla, una artimaña o un ardid, la
gente que vive por la calle del Truco asegura que una sobra de varón, vestido a
la usanza, con larga capa, sombrero de ancha ala calado hasta las cejas, de
modo que sólo deja de ver dos chispas a manera ojos sobre el rostro pálido y
desencajado, se desliza apresurado a lo largo de esta calle cuando el silencio
y las sombras de la noche son completas.
Es la sombra de Don Ernesto, que sigiloso se detiene
delante de una puerta.
Llama tres veces. Se oye un chirrido de ultratumba.
Entra el caballero. Es la Casa de Juego, a la que sólo van los más ricos. Se
juega en grande, Primero las bolsas repletas de oro, después las fincas, luego
las haciendas. Es mal día para don Ernesto. Ha perdido tres o cuatro de sus
mejores propiedades. Está nervioso como nunca. La Fortuna le ha dado las
espaldas. Hace un recuento en la mente y advierte que lo ha perdido todo.
“No todo, amigo, aún queda algo de valor”.
-“¡ El diablo lo supiera! ¿Qué es?”
-” Y va en una jugada por cuanto habéis perdido, en el primer albur” – agrega la primera voz.
Don Ernesto, fuera de sí exclama:
-“¿ A qué os referís? ¡Decidlo de una vez!- y hace él además de incorporarse.
¡”Calma, calma!” –Agrega el contrincante.
“¡ Que tenga vuestra madre!
– grita de nuevo el desafortunado caballero
Su adversario se inclina sobre la mesa para musitar unas palabras al oído de don Ernesto…
-“¡No por Dios! ¡Ella no! –Grita el perdidoso en el colmo de la exaltación.
-” Resolveos, así podréis recuperar vuestras riquezas”…
Transcurre unos instantes de lucha en el interior del sombró jugador, y al fin exclama
-“¡Sea pues! ¡A la carta mayor!”
Su amigo, parsimoniosamente, coloca sobre la mesa dos cartas; una sota de oros y un seis de espadas…
-“¡ A la sota !” – Grita don Ernesto temblando de emoción.
Se deslizan los naipes fatídicos… siete de bastos, tres de oros, caballo de copas y al fin aparece la carta maldita, el seis.
-“Perdéis nuevamente”.
-“¡ El diablo lo supiera! ¿Qué es?”
-” Y va en una jugada por cuanto habéis perdido, en el primer albur” – agrega la primera voz.
Don Ernesto, fuera de sí exclama:
-“¿ A qué os referís? ¡Decidlo de una vez!- y hace él además de incorporarse.
¡”Calma, calma!” –Agrega el contrincante.
“¡ Que tenga vuestra madre!
– grita de nuevo el desafortunado caballero
Su adversario se inclina sobre la mesa para musitar unas palabras al oído de don Ernesto…
-“¡No por Dios! ¡Ella no! –Grita el perdidoso en el colmo de la exaltación.
-” Resolveos, así podréis recuperar vuestras riquezas”…
Transcurre unos instantes de lucha en el interior del sombró jugador, y al fin exclama
-“¡Sea pues! ¡A la carta mayor!”
Su amigo, parsimoniosamente, coloca sobre la mesa dos cartas; una sota de oros y un seis de espadas…
-“¡ A la sota !” – Grita don Ernesto temblando de emoción.
Se deslizan los naipes fatídicos… siete de bastos, tres de oros, caballo de copas y al fin aparece la carta maldita, el seis.
-“Perdéis nuevamente”.
El caballero queda mudo, sin moverse, como desplomado
sobre sí mismo.
Ha jugado a su bella esposa.
Es hombre de palabra y tiene que cumplir.
Esa vez su adversario fue el propio diablo, por eso don Ernesto no vio una sola jugada…
Es la Calle del Truco.
Ha jugado a su bella esposa.
Es hombre de palabra y tiene que cumplir.
Esa vez su adversario fue el propio diablo, por eso don Ernesto no vio una sola jugada…
Es la Calle del Truco.
Leyenda del callejón de la Buena Muerte
Se rumora que hace mucho tiempo, por la calle Alameda
en la ciudad de Guanajuato, vivió una anciana con su nieto. Su situación
económica era precaria y subsistían pidiendo limosna. Ambos vestían con
harapos, pero siempre muy limpios; la comida era poca y su casa solo un
cuartito. Aun así, alegraba su miserable existencia al hacerse compañía.
Con el paso del tiempo, la anciana empezó a sentir el
peso de los años, y le preocupaba
morir dejando al pequeño desamparado. Pero la vida quiso otra cosa,
el niño enfermó gravemente, la pobre mujer no tenía el dinero suficiente para
llevarlo al médico, así que hizo lo que podía, rezar, día y noche sin descanso,
le pedía a Dios que no se lo llevara, la muerte ya estaba muy cerca, así que los ruegos llegaron primero
a sus oídos y apareciendo frente a ella le propuso un trato. Dejaría al niño, a
cambio de su vista, cosa que la anciana acepto sin dudar. Desde entonces su
nieto le sirvió de lazarillo, y la gente al ver ese triste cuadro, aumentó sus
limosnas.
Pasó el tiempo y fue ella la que enfermó; el niño le
preguntaba a quién debería rezar para evitar su muerte, pues temía mucho
quedarse solo. La ancianita le contó que al nacer él, su madre había muerto y
que, desde entonces, ella había vivido para cuidarlo y quererlo. En medio de
las pláticas finalmente se quedaron dormidos y, en el sueño, la anciana volvió a ver a la Muerte;
toda vestida de negro mostrando su esquelética figura esquelética, le anunció
que venía por ella, la viejecita le suplicó que la dejara un tiempo más,
entonces la Muerte pidió a cambio los ojos del niño, pero esta vez la anciana
no aceptó, no quería que el pequeño sufriera.
La Muerte propuso entonces algo más, podía llevarse a
los dos para que estuvieran juntos por siempre. La anciana aceptó, pidiéndole
que lo hiciera en ese momento porque el niño dormía y así no sentiría nada.
Se los llevó la Muerte al otro mundo, juntos, y en ese mismo instante,
las campanas del templo cercano repicaron de una manera misteriosa, con un
sonido que nadie conocía. Al amanecer los vecinos se dieron cuenta de lo
sucedido, pensando que la ancianita y el niño habían muerto de frio.
Con el tiempo se dijo que la Muerte rondaba el
callejón, que se veía por las noches flotando alrededor del cuartito donde
vivían aquel par de desdichados; y una vecina corrió la voz de que aquello
pasaba porque fue la misma viejecita quien pidió su presencia para que se los
llevara juntos.
Al poco tiempo los habitantes del barrio pidieron que
el humilde cuartito fuera derribado, para levantar en su lugar una capilla,
para venerar al Señor del Buen
Viaje, en recuerdo a aquel misterioso suceso.
El animal del puente
Era un día como cualquier otro en el pueblo de San
Miguelito en Guanajuato, un hombre decidido
a confesarse camino hacia la catedral de la plaza, entro por una de las puertas
del templo y le pidió a un sacerdote que
si por favor le podía hacer la confesión rápidamente por que tenía que
irse, petición que el padre accedió.
Después de llegar al lugar de confesión, el
hombre comenzó a revelar toda una historia seguida de secretos
oscuros que dejaron al sacerdote asombrado y a la vez, impactado por las
horrorosas palabras que salían de la boca de aquel hombre.
Con un rostro pálido, sudoroso y con algo de
inquietud, el padre le pidió que se confesara con testigos, no tan
convencido y con cierto misterio, el hombre acepto. Después de fijar
una reunión días después, el hombre regreso a confesarse, solo que
esta vez no se encontraba solo, sino con varios sacerdotes a su lado, que en
todo momento escucharon atentamente el macabro relato.
La historia de
terror iba más o menos así, de forma inesperada mi hermano murió
a causa de una rara enfermedad, yo me encargue de todos los servicio funerarios
y con mucha tristeza lo enterré en un panteón cercano, pero
antes de hacerlo, me despedí de el, tomándolo de la mano y
lamentando su perdida. Sin embargo, cuando estaba a punto de cerrar
el ataúd, sentí que me tomo de la mano muy fuertemente, yo
en ese instante no le tome importancia, ya que creía que había sido fruto de mi
imaginación y con toda la tristeza del mundo no me sentía con ánimos de
averiguar qué había sucedido.
Una noche, casualmente salí a buscar unos leños para
avivar el fuego por que hacía mucho frío y estaba a punto de cruzar un puente
que se encuentra cerca del lugar en donde vivo y de
repente aparecieron un par de ojos amarillos que brillaban con la luz de
la luna en medio de unos arbustos. Yo muerto de miedo, me quede inmóvil por un
par de minutos hasta que escuche claramente la voz de mi hermano que
me decía “Yo estoy bien… siempre te estaré cuidando hasta el día de tu
muerte”.
Después de eso, salto el animal hacia el otro extremo del puente y corrió hacia
mí, pero antes de llegar se esfumo con una leve ráfaga de
viento. Yo la verdad, no recuerdo que animal era, ni que forma tenía y eso es
lo que más me aterra.
Algunas personas que han cruzado ese puente aseguran
haber visto un par de enormes ojos amarillos de entre los arbustos y de forma
inesperada, sale una sombre de un animal que desaparece al llegar al otro
extremo del puente.
Parra
Morales Litzy Lucia